Por la casa del reverendo Franklin en Detroit, un predicador turbulento, gran orador y seguidor de Luther King, circuló la intelectualidad negra (del arte y la política) para intercambiar ideas. Lo hicieron, además, enriquecidos por la música góspel del coro de la iglesia de dicho reverendo. Ahí destacaba sobremanera la voz de una de sus hijas: Aretha, nacida en 1942, en Memphis.
Ella se erigiría durante los sesenta en luchadora social desde una disciplina musical de reciente cuño, el soul, de la que sería su máxima representante, figura paradigmática, icono, reina y según el canon de la cultura popular estadounidense: “La artista más grande de todos los tiempos”. Aretha Franklin estableció el fondo y la forma de la cantante expresiva y auténtica.