Luego, en la Academia para las Artes de Ámsterdam se graduó en canto. En el examen interpretó una pieza francesa traducida a su idioma natal pero al estilo del fado. Ahí descubrió que el frisio era un idioma flexible y bueno para la poesía y el canto. Así que decidió viajar, conocer otras culturas y unir esos elementos –foráneos y locales- en su carrera futura. Su lenguaje musical se convirtió en una amalgama de difíciles virtudes: cosmopolitismo y sensibilidad.