Tanto sus definiciones como características tienen tal cantidad de matices como el número de sus intérpretes. Sin embargo, hay algunos rasgos en común: en sus letras hay sustento de política social, en la observación o en la acidez crítica; retoma el folk norteamericano en cualquiera de sus variantes, lo arropa con una nueva visión, sin la solemnidad de los intérpretes tradicionales, y con su estilo le rinde homenaje a las canciones románticas de amor y desamor. El anti-folk es una de las mejores escuelas para la educación sentimental del siglo XXI.