Los moscos son el infierno de las noches, azote endémico del estar a la intemperie. Se esconden sigilosos, pero una vez que el foco se apaga, aparecen con su molesto zumbido. Maldiciones e improperios sirven de bien poco para alejarlos. No desaparecen, o sí, pero sólo por unos instantes para volver a la carga.