Una buena canción debe llevar a la euforia o al relajamiento. Una buena canción que además se vuelva clásica, única, también cambiará la temperatura del cuerpo con su melodía, las coordenadas de la razón con su letra. Eso lo ha provocado “Satisfaction” como constante. Reververó su riff legendario y, desde entonces, está inserto en la memoria del corazón y en la de todo presente porque permite la revisitación en épocas distintas.
Es un tema abierto al tiempo; una pieza de madurez rockera que reflexiona sobre las relaciones con el entorno, la cotidianeidad mundana y, sobre todo, ha proclamado desde siempre el derecho a estar en desacuerdo, a vociferar —como mandala vital— un “I Can’t Get No...” cada vez que sea necesario.1