En el conglomerado de prácticas sonoras que en el bienio 2011-2012 se hizo llamar indie, existía una música que no encontraba acomodo más que en los intersticios entre géneros. Poco afecta a la luminosidad de los reflectores y a la masividad. Prefería la intimidad y echaba mano de la mezcla de raíces para expresarse.
Justo a mediados de la década de los sesenta Albert Grossman, representante de Bob Dylan, contactó con el director cinematográfico D. A. Pennebaker por primera vez para que hiciera un documental sobre el músico aprovechando la gira de presentación del disco Bringing It All Back Home.
Entre el 2009 y el 2010, Justin Townes Earle, hijo de Steve Earle, continuaba en la senda musical de la dark americana que le marcó su padre. Un gran ejemplo del indie de aquellos años fue el álbum Veckatimest del grupo Grizzly Bear.
La literatura contemporánea ha encontrado excelentes escritores para incorporar el sonido, la profundidad y el testimonio del rock a sus páginas. La Gran Bretaña se ha significado en ello de manera sobresaliente con plumas como las de Ian McEwan, Nick Hornby o Hanuf Kureishi, por mencionar unos cuantos.
Con ocasión de sus veinte años de existencia de Alligator Records, la disquera de Bruce Iglauer, sacó la antología Best of the Blues. Un compilado para coleccionistas. Como cualquiera sabe, una cosa así no sucede todos los días, y tampoco es común reunir a tal selección de artistas en la misma casa.
La pandemia global del Coronavirus arrasó con cientos de miles de personas en el año 2020. Dentro del rock, hubo casos y otros no precisamente por tal epidemia. Como sea, La Parca nos vino a recordar, por si hacía falta, la fragilidad del cuerpo (lo extraordinario es que siga funcionando a pesar de cómo lo tratamos, de las miles de causas que pueden acabar con él, además de las enfermedades y virus letales, conocidos o no) y la relación imperecedera de la vida con la muerte.