La era del espectáculo que se vive en los comienzos del siglo XXI tiene dos caras. Una, la refulgente, que quiere ser siempre protagónica, famosa, mediática, pero que nunca piensa en quién escucha, se satisface sola como emisora; y la otra, la difusa, excéntrica y al margen, que se construye a sí misma con los elementos de mayor calidad de las culturas que la nutren, y que tiene a quien escucha como ser único, singular y exigente, de espiritualidad nada vulgar. En la cara difusa las cuestiones son de individuos, en la refulgente: de masas. Y son esos individuos los que dan vida a proyectos que se instalan y sirven de solaz a otros. Entre ellos se encuentra Kavi Alexander: un adalid de la sonorización.